jueves, abril 09, 2009

Amores Batracios

Amores Batracios

Serie: Escenas de Ciudad
Ciudad Escenario: Los Ángeles, California.

Si algo tenían en común aquellas tres mujeres era lo soñadoras.
A veces parecían vivir en un cuento de hadas en el que ni eran felices ni comían perdices.
Las tres eran inmigrantes, bellas y estaban en edad de merecer.
Eran tan exigentes que siempre te preguntabas si estarías a la altura de ese supra yo que ellas proyectaban de vos.
Cuando las conocí me las presentaron como “las tres tristes tigresas” y como al principio no entendí totalmente el porqué de la etiqueta, tuve que utilizar todos mis conocimientos de sicología para descifrar cada enigma de mujer que ellas representaban.
Era como entrar en el laberinto del minotauro, pero sin minotauro y sin burladeros, rastrillando los pies como toro bravo para no dejarse devorar de las tigresas.
Marietta, la salvadoreña, era una médica medianamente exitosa que a veces hacía de uróloga aficionada. Desde que había migrado de su El Salvador en guerra, tenía como única meta encontrar a su príncipe azul aunque para ello tuviese que besar muchos sapos y uno que otro viejito verde.
Hablaba inglés perfectamente pero cuando quería conquistar un gringo visajoso recurría siempre a su frase de cacería número 13: “I don’t speak much English, wanna teach me some?”. Lo decía con acento y más parecía una wetback que una residente retrechera. Si el ganoso de turno se hacía el interesante, recurría entonces a su infalible juego del “tequila caliente” porque era una convencida de que un ombligo apetitoso vale más que mil palabras.
Lola, la española, era una divorciada acomodada que vivía de un salón de belleza que de vez en cuando administraba y del sudor de su exmarido, un macho vulgar y superficial que gastaba parte de su fortuna en callgirls y masajistas pajeras.
Ella en cambio, se derretía por los texanos o por cualquier hombre que tuviera pinta de vaquero y que pudiera cabalgar cual potro salvaje. No necesitaba hablar. Le bastaba su mirada lasciva y sus labios carnosos para conseguir lo que quería. Jamás se le resistió hombre alguno. A todos los despojaba de su ropa interior que luego etiquetaba y guardaba en un cuarto como sus trofeos de guerra. Tenía un pantaloncillo negro que decía Bruce Willis y juraba que se había acostado con él, que le había hecho el “combo” y que el tipo tenía el fetiche de los pies.
Sandra, la colombiana, era tan ilusa como irresistible. Trabajaba como ejecutiva en un banco y a menudo rompía el dress code poniéndose faldas arriba de la rodilla para dejar ver sus piernas perfectas que desconcentraban a cualquiera.
Recién llegada a Los Ángeles soñó con ser actriz y volverse famosa de la noche a la mañana. Empero, jamás se acostó con ningún director para obtener un papel, aunque propuestas no le faltaron. Ella sabía que al hacerlo solamente obtendría el papel de amantonta de ocasión. Había migrado a los Estados Unidos porque estaba harta del machismo de los colombianos y decía que no quería terminar sus días como la típica ama de casa latina. Insistía en que los gringos y europeos eran menos machistas y que la valoraban más por sus opiniones que por sus atributos físicos. Pobre ilusa.
Cuando las tres tigresas salían juntas de cacería se convertían en auténticas depredadoras que devoraban cualquier hombre que cumpliera por lo menos siete de los diez requisitos que habían escrito conjuntamente. Sin pensarlo, se habían convertido en espejos de esos hombres que se acuestan con docenas de mujeres porque creen que a través del sexo encontrarán la mujer ideal, aquella de la que se enamoren porque resulte ser una especie de “virgen con experiencia”, una contradicción de cazador cazado que no piensa con la cabeza sino con la cabecita.
Ellas los buscaban altos y bien parecidos, pero a veces se conformaban con feos inteligentes o enanos con sorpresa. Jamás lo hacían borrachas ni aceptaban faena sin “sombrero” porque decían que preferían morir asesinadas que víctimas de Sida.
Intentaron tantas fórmulas. Experimentaron tantas nacionalidades. Se metieron en medio de tantas parejas. Y besaron tantos sapos! Pero ninguna de las tres coronó su príncipe y terminaron mal casadas, bien divorciadas y cantando “It’s raining men” a todo pulmón en cualquier bar con rocola donde sirvieran buenos martinis. La última vez que hablé con ellas por teléfono estaban en Daytona a la caza de adolescentes cachondos en spring break. Nunca cambiaron. Nunca cambiarán. Y espero que nunca lo hagan porque son infinitamente divertidas.

© 2009, Malcolm Peñaranda.

Out on a limb

Out on a limb

Series: City Scenes
City: Medellín, Colombia.

It was the night of August 29th when my nightmare began.
Just four months ago I used to think I was unbreakable.
I liked to picture myself as that strong, confident man evil couldn’t reach, but it did.
I left the university at 6:30 in the evening and got on the metro, as every Friday evening.
I used to think the metro was our safest transportation system and most of its passengers seemed clean, decent people to me.
As soon as I walked out of the metro station, a couple of those clean, decent people stopped me to ask for directions.
They had a sound Bogotan accent. Come to think of it, they had the accent of that city I dislike the most in my country.
They said they wanted to go to a nearby park where all the nicest bars and clubs are. I just told them how to get there.
They invited me to join them. I refused to do so and became suspicious of them. Too late. The woman took out a mirror and pretended to be putting on make-up and blew some powder in my face.
It turned out to be “burundanga” or “escopolamina”, a powerful drug that blocks your will and leaves you powerless and defenseless for robbers.
It entered my body through my mouth and nose, as I was talking to them. I felt dizzy and weak. I started to tumble but they grabbed me and dragged me out of the metro station. I panicked. But there was nothing I could do or say. I couldn´t even control my tongue.
We all boarded a taxi and went to the park where they forced me to drink a lot of beer and continued drugging me with another substance.
Long hours went by as they questioned me about my income, credit cards and everything that represented money for them. I could barely answer yes or no and a couple of sentences.
When they were sure I was totally defenseless, they ordered me to take them to my apartment. I couldn’t refuse. They invaded my place, my home and searched all over the place for valuable things they could steal.
They found my credit cards and I supposed I gave them the PIN for every one of them as in the early morning of that Saturday they emptied my savings account and got cash withdrawals and purchases from casinos with my credit cards.
I woke up late in the morning because of a strong noise at my neighbor’s apartment. I had a terrible headache and started to throw up. I could hardly go back to bed and felt unconscious again.
A phone call woke me up again in the evening. It was a friend who called to invite me to go see a movie. She noticed something in my voice and asked if something was wrong. I told her what had happened so she immediately came to my aid. She took me to the hospital and I had to stay there till midnight. They saved my life.
The following morning, I got up feeling dizzy and depressed. I was helpless and broke. I only wanted to die.
It took me a couple of weeks to get back on my feet and move away from that depression I delved into.
Going to my little cousin’s one-year birthday party helped me a lot and my cousins were so supportive I couldn’t have made it without them.
Then I had to work as an interpreter and simultaneous translator and that way I got convinced the drug hadn’t affected my brain severely.
The other nightmare came the following weeks when I started claiming the banks for the money I had been stolen. They made me feel like a criminal, like I was the attacker and not the victim.
Three months later one of them finally accepted my claim. The other, the one from which the biggest amount of money was stolen, still treats me like shit.
I’ve told them a million times what happened; have sent copies of the medical report, the police statement and nothing seems to work for them. The name of the bank? Banco de Bogotá. Funny, huh?
Now when I look back upon my deeds, I can’t find a single fact that made me deserve such a tragedy. Perhaps it was a hard lesson I had to learn. Perhaps I was too naïve to trust people.
I still wonder if what comes around goes around. Will justice exist? If it does, will it find its way? Will I ever trust strangers again? Chances are. In the mean time, I’m out on a limb, waiting for common sense to enter that fucking bank.


© 2009, Malcolm Peñaranda.

Morboloco

Morboloco


Serie: ESCENAS DE CIUDAD
Ciudad Escenario: Barranquilla, Colombia.


Su verdadero nombre es Jose, o tal vez José, pero en nuestra Costa Atlántica
jamás lo pronuncian con la e acentuada. Pocos saben su nombre sin embargo, pues
todo el que lo conoce lo llama Morboloco, su bien merecido apodo que le
chantaron desde el colegio.

Y es que desde niño era morboso y loco divertido. Todo un atravesado, como
diríamos aquí. Me contó muerto de la risa como a los doce años se ponía una
pantaloneta a la que intencionalmente le rompió el bolsillo derecho y luego le
pedía a sus primas que le buscaran la plata para pagar el “bolis” y lo que
encontraban era sus bolas y su pirulín listo para la acción.

Desde niño las mujeres lo han detestado o lo han amado, pero a ninguna le ha
sido indiferente. Para los hombres es como una especie de héroe al que a veces
admiramos por su atrevimiento pero del que nos avergonzamos por su ordinariez.

Cada una de sus locuras nos divierte aunque al mismo tiempo nos dé vergüenza
ajena. A veces nos preguntamos si sus neurotransmisores están orientados a algo
más que al sexo y al placer.

Como buen costeño, es fresco y locuaz. Es alto y medianamente atractivo, aunque
se cree galán de pueblo. Camina con su tumbao y a veces te preguntás si al
hacerlo está escuchando la canción de Melrose Place o Staying Alive, la
legendaria canción de Bee Gees que identificó a la película Saturday Night
Fever.

Usa lociones frutales y se peina a lo “no me jodás” para no pasar por
metrosexual. Jamás va al gimnasio porque dice que hace tanto ejercicio
horizontal que para qué más. Admira a Marc Anthony por “comerse” a Jennifer
López siendo un flaco feo y desgarbado y asegura que él no la habría preñado con
gemelos sino con trillizos. Su ropa es de caribeño super cool y sus zapatos
siempre están impecablemente lustrados.

Estudió estadística en una universidad privada del interior del país donde dejó
varios corazones rotos, mujeres emocionalmente envenenadas y comprobó aquella
estadística de que la píldora no siempre funciona. Es de los que creen que quien
debe cuidarse es la mujer, no él.

Consiguió un buen trabajo en una entidad estatal y trabaja en una oficina
lúgubre donde la única alegría es él. Los viernes, como les está permitido ir
con otra ropa y a las mujeres toman a pecho lo del viernes casual y se ponen
faldas cortas por el insoportable calor que hace en Barranquilla, él se pone un
espejito en el zapato, cual adolescente de secundaria, y se para muy cerca de
sus compañeras en el cafetín para deleitarse viéndoles los panties e imaginarse
el “peluche” o “la calva de sonrisa vertical”. Ninguna lo abofetea porque ya se
cansaron de hacerlo y comprobar que eso, antes que cambiarlo, lo excita
profundamente. Rita, la paisa, incluso lo reta y abre un poco las piernas
diciéndole “mirame pues el pinguiñono, Morboloco y calmá las ganás enfermizas
que tenés!”.

Él no se intimida con los escándalos, pero prefiere las mujeres tímidas a las
temidas. Cuando va por la calle piropea igual a las colegialas y a las
solteronas ganosas porque dice que una hembrita buena no tiene edad. Si va con
sus amigotes las clasifica con su ranking currambero: “dos patacones” para las
culiperfectas, “patacón y medio” para las que están buenas y “un patacón” para
las que apenas si cumplen sus mínimos requisitos o que necesitan
“embellecedores”, varios tragos de ron blanco.

A veces lo admirás por su desfachatez, a veces lo odiás por su machismo
excesivo, pero como personaje, es divertido e insólito. No podés ser indiferente
a sus sandeces y a su morbo subido. Dice que sería feliz en la mansión Playboy y
que si muere de infarto, que ojalá sea encima de una rubia despampanante.


© 2009, Malcolm Peñaranda.