Camargo El Amargo
Serie: ESCENAS DE CIUDAD
Ciudad Escenario: Colón, Panamá
Despertar en cualquier ciudad latinoamericana tiene un toque común.
Es quizás el sabor de una gastronomía tan diversa como exquisita.
Tal vez el color de un cielo que usualmente es azul o policromático.
También puede ser el olor, ese olor a trópico que aún en la gélida Buenos Aires se transforma en un olor a río que parece mar y que se mezcla con el de edificios viejos.
Otra cosa es despertar en el infierno. Y es que Colón literalmente lo es.
No he conocido ciudad más desagradable en el continente americano.
Pensaba que haber estado en India, Bolivia, Nicaragua y Checoslovaquia habían acorazado mi olfato sensible contra olores insoportables.
Lejos estaba de imaginar que existía Colón, un total atentado a los sentidos.
Cuando transitás por el centro de esta ciudad te das cuenta que la suciedad no conoce límites. Existen aguas negras y verdes represadas por doquier.
La ciudad está llena de chinos cochinos y gente que come cualquier fruta y tira las cáscaras a la acera como si no les importara nada ni nadie.
Pero si te golpea el olfato desde el momento mismo que entrás a este puerto caótico, la vista no se queda atrás, pues no hay más que edificios viejos, medio demolidos, sucios y vandalizados donde supuestamente viven familias enteras.
Te encontrás con una zona franca que mueve millones de dólares que al parecer no alcanzan para hacer construcciones dignas que por lo menos no dé asco ver.
La piel te la golpean el calor excesivo y la humedad de una selva húmeda tropical que parece estar a miles de millas de la civilización, cuando sólo la separan
La corrupción es evidente en todo el abandono que hace que la ciudad parezca congelada en los inicios del siglo XX.
Todo lo anterior es el caldo de cultivo para Salvador Camargo, un político mediocre que más bien es politiquero y manipulador como el que más.
Mis anfitriones panameños despertaban cada día con su programa de radio, un supuesto espacio noticioso en el que el sujeto despotricaba de todo Colón, medio Panamá y le sobraba lengua para analizar los demás países latinoamericanos.
Como todos los politiqueros, tiene una solución para cada problema, por difícil que parezca. La palabra imposible no hace parte de su vocabulario.
Propone mil fórmulas para que la ampliación del canal de Panamá sea más rentable.
Sugiere construir un muro entre Colombia y Panamá como el de México o Israel.
Opina que los panameños deben contrarrestar la arrogancia de los costarricenses con misiones culturales que muestren la riqueza cultural de Panamá.
Piensa que Chávez le debería vender gasolina barata a su país y que el Queen Elizabeth II debería traer además de turistas, a la mismísima reina de Inglaterra.
Su discurso trasnochado es como una diarrea verbal en la que uno se pregunta si el tipo respira al hablar, si conectó antes el cerebro o si habrá desayunado alacranes.
Sus palabras denotan amargura por rivalidades políticas, celos profesionales y hasta violencia de género dado que a las mujeres las objetiviza cual galán de pueblo.
De vez en cuando hace referencia a los gringos y en su inglés chumeco cita una cantidad de documentos y leyes del congreso norteamericano que dice conocer.
Reitera que los gringos les devolvieron el canal pero no la soberanía y que el mundo entero los sigue viendo como el estado 51.
Les recuerda a sus oyentes por quién deben votar en las próximas elecciones, saluda a la comadre Evelia, le da consejos matrimoniales a un oyente y le habla del poder sanador de Jesucristo a otro.
Aquellas mañanas recordé un dicho muy popular y muy racista que tenemos en Colombia: “no hay nada más peligroso que un negro con plata”.
Me parece que se equivocaron, sí lo hay: un político con programa de radio.
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